TOÑO CIRUELO

Seguir los pasos de un asesino, de un hacedor de muertes como Toño Ciruelo, en la novela fragmentaria y sin trama que nos va contando el escritor Eri Salgado, es por momentos desalentador, pero una vez que se asume el reto de acompañar al narrador en la construcción de la historia y en el descubrimiento de su oscuro protagonista, van fluyendo poco a poco los hechos del infierno premeditadamente construido por Ciruelo: su libre albedrío orientado al mal, lo convierte en una especie de artista de la crueldad, un desquiciado que se regocija en el sufrimiento de los demás, empeñado en hacer arte con el dolor, al mejor estilo de un profeta del caos, alguien que quiere enseñar el lado más sórdido y brutal de la sociedad y del hombre; así es Toño Ciruelo, un niño de familia bien que elige tempranamente consagrar su vida a los excesos y que termina como asesino serial, mientras que su mejor amigo, se convierte en el espectador que lo inmortaliza escribiendo, revelando al mundo sus maquinaciones atroces, entre la repugnancia y la admiración. Ciudades evocadas como cloacas inmensas; exhibiciones del dolor; granjas consagradas al libertinaje; visiones de Bogotá adentro, donde cualquier calle es lugar ideal para el sufrimiento, la miseria y el hambre; cada escena es un eslabón en la cadena del asesino: nada justifica sus acciones, nada ni nadie se las impide; en un país donde la violencia es cuestión cotidiana, también son cosas habituales la impunidad y la indiferencia. El mismo Toño Ciruelo nos deja el asunto bien claro cuando dice: “Ninguna religión, ningún ideal político o estructura social se ocupa realmente del ser humano; se ocupa solo de los intereses de una organización, de una sociedad, de una familia, que puede o no ser numerosa… pero nunca del ser humano, del ser del Planeta Tierra, ni se ocupará jamás, Eri: la maldad es congénita, es otra víscera al lado del corazón del hombre, si no el mismo corazón. Lo mejor que podemos hacer es gozar de este valle de lágrimas, la vida es un circo; unos la pasan bien, otros se joden porque no pueden pagar la boleta”. Evelio Rosero es el autor de este descenso hacia el alma de Toño Ciruelo; la atmósfera no menos sombría de la novela y la técnica de narrar sin definir una trama, empleando la colección de historias que presenta Eri Salgado, generan cierta dificultad en la lectura; no obstante, yo lo juzgo como una invitación al lector para que se implique en la narración, buscando las conexiones y los mecanismos que soportan su estructura; no todo se cuenta, hay partes como las últimas, donde aparece el texto escrito por el asesino, que simplemente nos dan el material para inferir las acciones, la depravación y la vileza del personaje; en cierta forma es el destinatario de la novela quien construye su propia imagen de este monstruo; pienso que hacerlo es alcanzar una íntima complicidad con su creador y que dicha complicidad materializa el viaje de la literatura.