Aprovechando el éxito obtenido por Tartarín de Tarascón, Daudet emprendió la tarea de hacerlo escalador alpino y casi cómplice de una decimonónica aventura terrorista. Siempre se ha dicho que nunca segundas partes fueron buenas, pero esto no ocurrió con el Quijote, y tampoco con nuestro quijotesco héroe. Si en la primera parte quedó definido de forma inigualable el prototipo, en ésta la acción es mucho más viva y variada. «A nuestro juicio —afirmaba José María Valverde—, aunque la figura de Tartarín haya encontrado la inmortalidad vestido de turco y con un par de carabinas para cazar leonbes, su mejor realización literaria está en la segunda parte.
He leído esta segunda entrega de las aventuras de Tartarín, el personaje fanfarrón creado por Daudet, porque pertenece a la colección que estoy terminando. Es una novela entretenida, llena de humor provocada por un personaje vanidoso y que se mete en charcos complicados debido a sus ganas de aventura o miedo a que se descubra su verdadera naturaleza sencilla y cobarde. En esta ocasión, Tartarín se ve desafiado a alcanzar la cumbre de los Alpes suizos y acaba envuelto en conspiraciones terroristas, confusiones engorrosas y accidentes de los que sale bien parado y reconfortado en su no poca confianza y autoestima. Una novela corta con intención de divertir y aprovechar el tirón del personaje de una época.