Si existen en la historia de la literatura dos personajes que sean símbolo de los eternos enamorados, serán, sin duda, desde que Shakespeare los inmortalizó en su tragedia, Romeo y Julieta. Como dice uno de los versos de la obra, ambos nacieron bajo estrellas impropicias, y aunque su amor no tuvo un cumplimiento feliz, su muerte, como en los dramas griegos, purificó y desterró el odio del corazón de Capuletos y Montescos, las dos familias rivales.