RELATOS DE KOLIMA: EL ARTISTA DE LA PALA

VARLAM SHALAMOV

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Sinopsis de RELATOS DE KOLIMA: EL ARTISTA DE LA PALA

Varlam Shalámov prosigue el desafío literario de narrar su reclusión en los campos de trabajo siberianos en los ventiocho relatos recogidos en El artista de la pala. El autor responde así al imperativo moral de retratar las leyes psicológicas, para siempre irreversibles -como las congelaciones de tercer y cuarto grado-, que Kolimá trae al mundo. Una experiencia que plantea la necesidad de una prosa nueva, que Shalámov presenta con un estilo sobrio, ajeno a los ruidos inútiles, a las bagatelas, para revivir el sentimiento y rescatar la voz de las víctimas que nunca fueron ni serán héroes. Relatos de Kolimá constituye una de las más grandiosas y desgarradoras epopeyas del siglo xx. Este volumen es el tercero de los seis que forman el ciclo general, que ahora se publica íntegro por primera vez en castellano y de acuerdo con la estructura que Shalámov dio a su obra.

1 reseñas sobre el libro RELATOS DE KOLIMA: EL ARTISTA DE LA PALA

Tercer volumen de relatos sobre la vida en el GULAG de Kolyma. Acompañamos al autor en su camino a través del infierno blanco, relatos tremendamente desgarradores. “Muy entrada la noche llamaron a Krist a que fuera «detrás de las cuadras». Así llamaban en el campo a la casita que había pegada a la colina, en el extremo del poblado. Allí vivía el inspector para «asuntos de especial importancia», como lo llamaban en broma, pues en el campo no había asunto que no fuera especialmente importante: cada acto o simulacro de acto podía castigarse con la muerte. Con la muerte o el perdón. Aunque, ¿quién podía contar algo sobre el perdón? Dispuesto a todo, indiferente a todo, Krist caminaba por el estrecho sendero. En la casita que hacía de cocina se había encendido una luz; era el encargado de cortar el pan, que seguramente entonces empezaba a preparar las raciones para el desayuno. Para el desayuno de mañana. ¿Pero habría un mañana y un desayuno mañana para Krist? No lo sabía y se alegraba de no saberlo. Krist encontró algo a sus pies que no parecía nieve ni un trozo de hielo. Se agachó, levantó del suelo una corteza helada y comprendió enseguida de qué se trataba: era la piel de un nabo, la corteza helada de un nabo. El hielo se fundió en la mano y Krist se embutió la corteza en la boca. No había prisa ninguna, era evidente. Krist recorrió de nuevo todo el sendero empezando desde el extremo de los barracones, pues era consciente de que él, Krist, era el primero en recorrer este largo camino invernal, de que hoy nadie había pasado por allí, por el extremo del poblado, camino de la casa del inspector. Por toda la senda se veían pegados a la nieve, como envueltos en papel de celofán, pedacitos de nabo. Krist llegó a encontrar diez trozos, unos más grandes que otros. Hacía tiempo que Krist no había visto que alguien tirara a la nieve mondaduras de nabo. No era un prisionero; sería un libre, por descontado. Quizá, el propio inspector. Krist masticó y se comió todos aquellos pedazos, y la boca le olió a algo olvidado hacía tiempo, a su tierra natal, a frutos frescos de la tierra, de modo que golpeó con buen ánimo la puerta de la casita del inspector.” (Extraido del relato CALIGRAFIA)