La protección de los datos personales en la sociedad actual se halla sometida a una singular paradoja que es, sin duda, el mejor exponente de la realidad que nos ha tocado vivir. La misma bien pudiera resumirse en la contemplación de dos aspectos, en apariencia, poco conciliables entre sí: por un lado, el reconocimiento de que nunca antes como ahora los datos que aportan información personal han contado con un grado tan elevado de tutela como el que ofrece el actual arsenal normativo que se ha ido gestando en los últimos años; por otro, el hecho de que, sin embargo, tampoco nunca antes como en los tiempos que vivimos haya sido tan grande el sentimiento de inseguridad de su reserva y la consiguiente percepción de una continua amenaza al respeto de la privacidad del individuo. De esta forma, la ingente producción normativa orientada a la tutela de los datos reservados que se ha elaborado en los últimos años, prácticamente en todas las ramas del Ordenamiento jurídico, contrasta de forma realmente llamativa con la singular sensación de fragilidad que, pese a aquella, rodea a todo lo relacionado con la protección de los datos personales. Si bien es verdad que lo primero, la producción normativa y en general la preocupación por preservar los datos personales, podría explicarse como una consecuencia lógica de lo segundo, esto es, de su singular vulnerabilidad, lo cierto es que la velocidad con que esa sensación ha aumentado en los últimos años compite seriamente con la tranquilidad que debieran transmitir aquellas previsiones normativas, hasta el punto de poder decirse que los esfuerzos positivos y las posibilidades actuales de su violación se enfrentan a un preocupante pulso en permanente tensión.