Las constantes referencias de Stefan Zweig, en su autobiografía El mundo de ayer, sobre este autor me indujeron a su lectura. Impelido por la curiosidad lo leí. Sin embargo, no he disfrutado de su lectura, no he podido dejarme atrapar por la sonoridad de sus versos. Ha sido como tratar de disfrutar de un plato que promete exquisitos sabores y en él solo destaca uno de sus ingredientes, encubriendo las demás sapideces hasta arrinconarlas en un doloroso anonimato. Al final solo ha destacado la decepción.