La mujer que habla, el yo de Personas en la sala, observa desde la ventana de su casa a tres mujeres instaladas en la sala de una casa, en la acera de enfrente, enmarcadas por su propia ventana. Ella las estudia y espera con ansiedad el momento de instalarse nuevamente en su observatorio. Voyerista obsesionada con su propio espionaje, el resto de su vida va perdiendo entidad hasta que la irrealidad se convierte en centro de su existencia. Casi ningún dato tenemos de la activísima espía. Suponemos que es una mujer joven, quizá porque sabemos que Norah Lange lo era cuando escribió Personas y por una actitud activa y febril en su espionaje.
PERSONAS EN LA SALA es (a mi juicio) la mejor obra de la mina más linda de mi biblioteca, la pelirroja fatal, la más inteligente, la que escribió poesía exquisita a los 18 años, la de los mejores y encendidos discursos, la primera ultraísta, la eterna voyeur, la prosista erótica, la que coqueteó con el surrealismo y el dadaísmo, la que enamoró a la vanguardia del ´20, la que (por recomendación de la hermana de Borges) agrego una hache final a su nombre, la musa amada de Oliverio Girondo.