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Sinopsis de PAN Y PESADILLA

Pan, el dios-cabra, el dios fálico y errante que persigue a las ninfas para poseerlas, es la divinidad que representa a la naturaleza al mismo tiempo que encarna el instinto humano más natural y más oscuro. Pero también se haya presente en otro instinto: el pánico. La pesadilla nos ofrece la llave para una nueva aproximación a la naturaleza perdida, pues en la pesadilla regresa la naturaleza reprimida.

1 reseñas sobre el libro PAN Y PESADILLA

Un dios con dos cuernos puntiagudos, unos ojos destellantes, con aspecto de macho cabrío, peludo, patas de cabra que terminan en unguladas pezuñas que, sin embargo, camina erguido; un dios de una naturaleza primitiva que reinaba en la Arcadia, aquella región de la Grecia arcaica que se debate entre un «topos» verdaderamente geográfico (el Peloponeso) y otro imaginario pero pletórico de un gran componente mitológico tal como nos resulta Lemuria o la Atlántida. Un dios con un origen retorcido y sicalíptico, pues, se dice que era el hijo del estupro contra Penélope, la mujer de Ulises, quien fue forzada por todos los pretendientes que la asechaban, mientras aguardaba a que su esposo regresara a Ítaca, luego de su gran Odisea. Otros dicen que fue el fruto de la infidelidad de Afrodita con el dios Hermes, el dios del pastoreo, quienes al ver su monstruosa forma lo desdeñaron, pero, sin embargo, por cosas del destino, fue presentado ante Zeus y ante los demás dioses inmortales en el Olimpo, quienes encontraron aquella deformidad “divertida” y lo admitieron entre ellos y lo destinaron como dios de la naturaleza salvaje e indómita. Es este el personaje del que se encarga Hillman en su libro, sin embargo, se aproxima a su figura de una forma novedosa: a través del estudio psicológico y la exégesis junguiana. Hillman hace un análisis a profundidad del significado de la figura y del mito de Pan, imbricándola con la psicopatologías humana, nos dice que Pan es el símbolo de todos nuestros oscuros deseos enquistados en nuestro subconsciente, especialmente, aquellos de naturaleza sexual; representa nuestra “naturaleza salvaje” reprimida y que este dios es capaz de “liberar”, propiedad que comparte con su contraparte: el dios del vino Dionisos; pero, asimismo, el autor nos señala que Pan vive también dentro de nuestros terrores subconscientes, conforma la pesadilla que se manifiesta en lo instintivo y es capaz de regenerarnos a un estado primigenio, en el que sólo somos animales voraces, tanto en lo libidinoso como en otros aspectos, pero, este regreso al origen de nuestra psiquis conforma en sí mismo una especie de catarsis que sucede por medio de Pan, o lo que es lo mismo: del “Pánico” ya que la pesadilla nos ofrece una llave para aproximarnos a nuestra “naturaleza perdida”; es capaz de transportarnos a aquella región arcadiana, donde la sexualidad no es tabú ni comprende un estado oprobioso o repudiable, sino, simplemente parte de nuestra naturaleza íntima de la que no podemos evadirnos, Pan representa así, todo lo prohibido, la transgresión absoluta de nuestro mundo poblado de leyes o normas de conductas morales, representa la fuerza vital y la fertilidad, la continuidad de la especie humana por medio del acto sexual (bajo ningún lindero o precepto ético-moral) es la libido más extrema, en la que se valida solo el placer por el placer… Por supuesto, el estudio de Hillman aborda principalmente todos estos presupuestos simbólicos, psíquicos, arquetípicos y mitológicos hallados en Pan, pero tampoco deja por fuera la parafernalia histórica que rodea su extravagante figura; en los que se subrayan algunos paralelismos con otras figuras mitológicas importantes del hebraísmo como el demonio meridiano Keteth Merirí, o los ritos de iniciación de los púberos y vírgenes con figuras tan ceñidas a él como Príapo, o el dios romano Tutuno Mutuno, y, claro está, la paulatina degradación que sufrió, la cual, llevo asociarlo, durante el medioevo, con la entidad que presidía los aquelarres de las brujas y, bajo la óptica cristiana, con el mismísimo demonio. Ciertamente, la lectura de este libro no es nada sencilla, el lector precisa de mucha agudeza para captar por completo su sentido, se corre el riesgo de perderse en una especie de laberinto intelectual, a mí, particularmente me pareció una lectura “hipnotizante” en la que, aún no comprendiéndola del todo, pareciera que Hillman habla directamente a nuestro subconsciente (a esa parte animal quizás) que sí lo entiende más cabalmente, por tanto, precisa varias lecturas para adentrarse en su complejidad, pero, aún así, el reto siempre resulta fascinante.


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