En el seguimiento de Cristo, la muerte no es una mera desaparición. Por el contrario, algunos muriendo comienzan a vivir. Tal es el caso de Christophe Lebreton y Michel Fleury, dos mártires del siglo XX, testigos en el mundo del amor de Dios. La vocación al martirio, llegada la "hora", es un don; el cuerpo del mártir se convierte en "sacramento" de donación, en ofrenda con Cristo, por la gloria de Dios y la salvación de todos.