En septiembre de 1936, Azaña sufrió un desfallecimiento que le alejó del gobierno. En 1937 volvió a tomar la palabra en el primero de sus cuatro discursos de guerra. En él y La velada de Benicarló está resumida su misión de la guerra como hecho español. Defendió un plan de paz que nadie secundaba. Exiliado, dimitió de la presidencia en 1939 y escribió sus últimas reflexiones sobre la Guerra Civil.