Sinopsis de MUJERES DE NEGRO

Gabriela y Juana, madre e hija, viven los años de la guerra civil en una ciudad castellana cuyo ambiente les resulta incómodo y asfixiante. Gabriela se ha quedado viuda, su marido ha sido fusilado por sus ideas republicanas y subsiste dando clases en la escuela privada, ya que no tiene acceso a la pública debido a sus ideas políticas, hasta que decide aceptar la proposición de matrimonio que le hace Octavio, un misterioso millonario mexicano que se llevará a madre e hija a su hacienda de Puebla. Allí, lejos del núcleo de exiliados españoles, va transcurriendo la vida de ambas mujeres. Sobre un fondo de sucesos históricos, evocados a la luz nostálgica de la memoria y del desgarro del exilio, asistimos a la intensa relación de Gabriela y Juana, al amor de la hija por su madre, oscilante entre la dependencia y la rebeldía. Juana evoluciona hacia un mundo de deseos y proyectos que choca con la hermética personalidad de la madre, austera y enlutada, marcada por la mística del deber y un puritanismo laico de raíces castellanas. Juana, que rechaza por instinto el pesimismo vital de las mujeres de negro que han habitado su vida, después de varios años de exilio decide regresar al Madrid de la posguerra y se integra a una universidad que ensaya sus primeros conatos de rebeldía.

5 reseñas sobre el libro MUJERES DE NEGRO

Josefina R Aldecoa fue una de las autoras de la generación del 50, también llamada de la posguerra española. Esposa de Ignacio Aldecoa, de quien cogió el apellido al fallecer este e hija y nieta de maestras, estuvo muy involucrada en la educación de la época. Fundó el colegio Estilo de Madrid, siguiendo la tendencia pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza. Después de Historia de una maestra donde Josefina nos cuenta la vida de Gabriela, maestra vocacional que se abre camino en el mundo de la enseñanza en una época complicada para la mujer, publica Mujeres de negro, segundo libro de esta trilogía. En plena guerra civil española, Gabriela se ha quedado viuda, su marido, también maestro, ha sido, victima de la guerra, fusilado por sus ideas republicanas. Gabriela debe hacer frente a esta dura situación, despojada de su escuela y con su madre e hija pequeña, Juana. Aldecoa da un ligero repaso por lo que fue el exilio a México de los republicanos españoles, en este caso, un exilio elegido. El carácter que, dadas las circunstancias, van tomando las protagonistas es, para mí, punto principal de la obra. Gabriela, la madre, siempre triste, vestida durante mucho tiempo de negro en honor a sus muertos o, quizás, de luto por su propia vida, recupera su trabajo de maestra mientras Juana, su hija, va creciendo en el exilio. El carácter de la niña se va forjando con una mezcla de apego hacia su madre y rebeldía de pensamiento y sentimiento. Su rechazo hacia la negatividad materna y la querencia hacia sus raíces aumentan sus deseo de volver a España, la España de los años 50, en plena dictadura franquista. Aldecoa plasma, con una prosa sencilla, fácil de entender y muy elegante, lo que debió de ser la vida de las mujeres con tendencias intelectuales en un momento tan difícil de la historia española. Me ha gustado mucho aprender que una frase que escuché muchas veces en boca de mi madre "Tanto penar para morirse luego" pertenece, en realidad, a Miguel Hernandez y está incluida en un poema de su libro El rayo que no cesa. En Mujeres de negro es la abuela quien se lo recita a Juana. Esto me lleva a pensar que se extendió de forma popular, seguramente, para expresar de alguna manera el sufrimiento que llevaba vivir los momentos convulsos que les tocaron en suerte. Y va de generación en generación porque yo también la utilizo, pero de otra manera, lo hago para recordar que solo debo darle la importancia justa a las cosas. Si comparamos, salvo excepciones, nosotros no tenemos grandes motivos para sufrir.


Continuación de «Historia de una maestra», en este episodio de sus vidas la narradora pasa a ser la hija de Gabriela, Juana. Dejamos a las protagonistas del anterior libro en el comienzo de la Guerra Civil y del fusilamiento de su padre y marido. Las dos mujeres deben sufrir la incómoda convivencia con sus vecinos que conocen las ideas y actos de su marido y ven como son repudiadas por todos y Gabriela retirada de la profesión. Tras el fallecimiento de la abuela deciden la huida de un país que se desmorona, ayudadas por un millonario mexicano, Octavio, viajan a su país y acaban formando una familia. Será Juana quien nos relate esa vida en Puebla donde retomamos la incomprensión y el racismo cuando Gabriela comienza a dar clases a los hijos de los peones de la hacienda de Octavio. Pero sobre todo asistimos a las dudas de Juana, entre el amor a su madre, la gratitud a Octavio por haberlas acogido y finalmente su deseo de ir a la Universidad y abandonar la seguridad de la familia. Sin llegar a la excelencia del primer libro, merece mucho la pena este cambio de punto de vista al ser Juana la narradora y sobre la que giran, primero los miedos en España y luego la tranquilidad que da el dinero de Octavio en México pero siempre con la mente puesta en ese país ahora tan lejano donde tras la Guerra y la victoria de los fascistas comienza la dura represión y los años más negros de un país que echan mucho de menos. Muy recomendable, veremos como acaba la trilogía.


Esta vez es Juana, la hija de Gabriela, quien relata la época en la que le toca vivir. Conforme va creciendo va sintiendo la imperiosa necesidad de recomponer un pasado perdido en las brumas de su memoria, el que se desarrolla en los años de su infancia y en el contexto de la guerra civil española. Su padre fusilado por sus ideas republicanas y su madre apartada de la profesión por esas mismas ideas conformaron un contexto social en el que resultó insoportable la vida.“Estábamos viviendo una guerra y esta guerra no sólo se desarrollaba en los frentes sino también en los corazones y en las cabezas de las personas de la retaguardia”.Y Gabriela decidió cambiar de retaguardia para darle otra oportunidad a sus vidas. Desde el otro lado del océano los sentimientos de pérdida y desarraigo perturban a Juana en su identidad, y conforme pasan los años consigue ir madurando sus emociones hasta convertirse en una adolescente con inquietud por la vida y por su futuro. La fisonomía de Juana no se define en ningún momento de la novela, en mi opinión un recurso muy acertado que resulta en el protagonismo absoluto de sus emociones como hilo conductor de su historia. Esta segunda parte de la trilogía de Josefina Aldecoa retrata el periodo histórico que transcurre entre la guerra civil española, la postguerra y la dictadura de Franco, a través de los ojos y las emociones de una joven cuya visión del mundo se va conformando a través de los años en un mensaje de esperanza.


Continúa Josefina Aldecoa contándonos la historia de Gabriela y de su hija Juana, es ésta última la que nos la cuenta en esta ocasión. Gabriela vive en México donde continuará con sus labores didácticas junto a su esposo, y Juana su hija regresa a España para continuar sus estudios. España sigue vaya las directrices del franquismo y muchos exiliados esperan para volver a casa. Juana se hace mayor y va teniendo inquietudes que parecen heredadas de su padre. Muy tierna novela la que nos presenta Aldecoa, sin caer en el exceso ni en los extremos puntos de vista que podían presentarse en la época. Nos la deja abierta para rematar en la última de la trilogía.....continuaremos.


«¿Qué tal los padres de Amelia? ¿Qué tal el hermano?» Yo traté de explicarles la armonía, la gracia y la belleza de la casa; la serenidad de las personas. «Todo era alegre. Había muchos cuadros en las paredes y muchas flores y un aparato para la música con una trompeta muy grande que se abría como una flor. Y la madre de Amelia toca el piano que tienen en el centro del salón, porque el salón se divide en dos con una librería, y apoyado en la librería está el piano...» Creo que fue la primera vez que pude captar la sensibilidad de unas personas que habían elegido la intimidad como forma de vida. También me di cuenta de que esa elección, aparentemente sencilla, tenía que ver con la frase que resumió para la abuela lo esencial de mis comentarios: «Son ricos, claro».


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