Sin juicios fáciles, sin las estridencias de la crónica roja, estas catorce historias nos cautivan y nos inquietan al mismo tiempo; se trata, al fin y al cabo, de mujeres llevadas al límite de tener que suprimir una vida para seguir viviendo. «Es raro, pero yo no podía vivir si ella también estaba viva», dice una de ellas, asesina de su madre. En esas palabras simples, inapelables, yace la respuesta a un interrogante: por qué vieron en la eliminación del otro la única salida.
En esta segunda parte he notado que las historias están más trabajadas, son más completas y nos dan una visión más amplia de las causas que llevaron a ese final tan espantoso. Algunos relatos son muy duros, de una maldad inmensa, imposible poder sentir simpatía por estas asesinas, pero en otros casos, como me pasó en la primera parte, algunas de estas mujeres llegan hasta ese límite por las personas que las rodean y no puedo dejar de pensar si cualquiera podría convertirse en asesino en esas circunstancias. El libro está bien escrito y documentado, el esfuerzo extra que ha realizado la escritora con respecto al anterior, tanto a la hora de hacernos conocer a las protagonistas como el crimen perfectamente explicado, merece medio punto más de nota respecto al primero. Aconsejo su lectura a todo el que le guste este tipo de libro y no se maree con la sangre.