Toda cosa muerta palpitaba. No solamente las estrellas, la luna, los bosques, las flores, de que hablan los poetas, sino también una colilla en un cenicero, un botón blanco, paciente que nos echa una mirada desde el charco de agua de la calle.... Todo eso me mostraba su rostro, su ser interior, el alma secreta que con más frecuencia calla que habla... Eso me bastó para comprender con todo mi ser y con todos mis sentidos la posibilidad y la existencia del arte que hoy se llama abstracto por oposición al arte figurativo.