Sinopsis de MADERA VERDE

Este libro es el séptimo de su obra literaria. Cuentos, fábulas, poemas, ensayos bíblicos, narraciones y reflexiones son publicados desde 1976 hasta la fecha, consignando 37 títulos, algunos de ellos muy conocidos y clásicos de la narrativa argentina. En 1994 recibió el Diploma al Mérito a las letras por parte de la Fundación KONEX por sus libros en la categoría Literatura Infantil y Juvenil argentina, junto a Graciela Montes, Gustavo Roldán, Elsa Borneman y Carlos Joaquín Durán.

2 reseñas sobre el libro MADERA VERDE

Un clásico de cuentos preñados de naturaleza y sabiduría .... con olor a campo algunos. Cómo olvidar El hilo primordial ( esa arañita que abandonó un hábito vital), La ostra perlífera ( lo que hizo con un granito de arena), La renuncia y la madurez ( historia de un caqui), La ranita del terraplén ( la ranita que desencantada opta por irse del barrio), La noche y los perros ( cuando a la noche se los sacaban afuera del rancho), El verdeo ( las semillas para el verdeo y las semillas para una cosecha), Buscando el mar ( los ríos que optan llegar al mar y los que quedan en el camino), etc. Los recuerdo con afecto porque los usé para narrárselos a mis hijos antes de dormirse. Cada tanto, aún ahora, antes de dormir, alguno me leo.


Buscando el mar por Mamerto Menapace (publicado en Madera Verde, Editorial Patria Grande) Como todos los ríos, también él se había puesto en movimiento buscando el mar. No lo conocía. Simplemente lo intuía, como un destino. Como un llamado. Cuando la primavera de la vida puso su nieve en movimiento, contra lo primero que chocaron sus aguas alertadas fue precisamente con las rocas que hasta ese momento le habían cobijado. Tal vez le resultó difícil encontrar su cauce y ubicar un rumbo. Pero había una fuerza imperiosa que lo ponía en movimiento. Siempre hacia abajo, siguiendo su instinto de agua en movimiento, sentía estar respondiendo al misterio de su existencia, buscando un encuentro. Los ríos son agua en movimiento que busca el encuentro con el mar. El mar lejano y aún no conocido los atrae. Y respondiendo a esta profunda y misteriosa atracción, arrastran su pecho por la tierra, embarran su caudal, atropellan los obstáculos y abren surcos que serán su propio cauce. Pero hay ríos que renunciar a llegar al mar. Hay algunos que lo hacen porque no les alcanza el caudal y terminan por morir en los arenales. Otros, en cambio, abandonan su tensión por el mar y se convierten en lagunas: las lagunas son ríos que olvidaron su tensión por el mar. Cansadas de andar y vencer obstáculos, prefieren construir su propio océano en el hueco de alguna hondonada, o en los esteros de la tierra anegadiza. Y allí se quedan, engañándose a sí mismos, creyendo haber llegado cuando en realidad simplemente se han detenido. Señal de que no fueron muy lejos. Pero hay otro tipo de ríos que tampoco llegan al mar. A éstos ni les ha faltado caudal, ni han abandonado su tensión por el mar. Al contrario. Allí donde su cauce se embreta y corres más apasionadamente pudiendo las rocas, han aceptado un dique los sofrena. Sus aguas tumultuosas, al no poder seguir su curso normal, se arremolinan acorraladas y comienzan a trepar lentamente las laderas acumulando toda su energía. Se parecen a las lagunas. Pero hay algo importante que las diferencia: anidan en la altura y aceptan una turbina que las desangra. Insisto que no han abandonado su tensión por el mar. Al contrario. Al sentirse contenidas por el dique que se interpone en su libre carrera instintiva, su ímpetu se acumula y se potencializa cada vez más. Incluso su fuerza puede llegar a ser peligrosa, si el dique cede. Entonces todo su caudal liberado e golpe se convierte en avalancha de piedras, barro y agua, asesinando todo lo que encuentra a su paso. Ha habido ciudades destruidas por las aguas desenfrenadas. Pero si el dique resiste, porque se ha asentado sobre la roca, entonces la fuerza acumulada se canaliza a través de la turbina y se convierte en luz, en energía, en calor. El caudal se desfleca por las acequias y va a regar los surcos, creciendo por los viñedos hacia el vino, por los trigales hacia el pan, por los olivares hacia el aceite que alumbra, suaviza o unge. Gracias a su fuerza acumulada, entra en cada casa para el humilde servicio de abrevar, refrescar o lavar. Nuestro río es de este tipo. Aceptando el dique que frena sus instintos de correr libremente hacia el mar, se hizo lago. No tenía mucho caudal, pero lo alimentar las nieves de la cordillera patagónica, y tiene cerros en su camino. Y en los Cerros Colorados su curso fue interceptado. Encorvó su lomo gredoso al sentir frenado su ímpetu, y actualmente sigue buscando ansiosamente el mar a través de la turbina que canaliza toda su energía. Y buscando el mar, llega hasta mi mesa hecho luz. La luz que alumbra mi celda de monje y me permite escribirles a ustedes su parábola de tensión y servicio. Porque este río no está esclavizado. De ninguna manera. Ha sido liberado para ser puesto al servicio. El mar es amar. Mamerto Menapace (Malabrigo, provincia de Santa Fe, 24 de enero de 1942) es un monje benedictino, y un gran relator de historias.


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