El auge de la economía fue trayendo, poco a poco y con muchas dificultades, el resurgimiento de la política. Aunque el franquismo –como su epónimo– logró finalmente expirar de muerte natural, realmente había comenzado a morir muchos años antes, a mediados de los sesenta. Murió atropellado literal y repetidamente por la modernidad encarnada en un Seat 600; murió de enfriamiento al desarroparse del palio eclesial; murió a causa de los porrazos que se empeñó en propinar con saña a los que exigían sus derechos; murió a causa del fuego amigo disparado desde el búnker; murió de vejez y decrepitud; murió de soledad internacional. Pero murió tranquilo y fue exhumado sin sobresaltos, gracias al alzhéimer de una memoria histórica.