El escenario de la novela se sitúa al interior del Longino, ferrocarril que recorrió el norte de Chile entre el año 1914 y 1975. Cada uno de los variopintos personajes de Letelier encierran una parte de la idiosincrasia chilena, expresada a través de un lenguaje repleto de modismos y de palabras añejas, pero que, sin embargo, gracias a la maestría narrativa y el excelso lirismo del autor (capaz de llenar el espacio vacío que podría suscitar el avance correoso del tren a través del vasto desierto y las yermas pampas nortinas), no afectan en lo absoluto la calidad de literaria de la obra. Por esta razón, muchos académicos se han esforzado en analizar la obra desde lo que se podría denominar el barroco pampino. En fin, es una novela que supura nostalgia, abocada al rescate de la memoria; una oda al tren (que por momentos gana protagonismo, confundiéndose con los demás personajes), poseedor del último remanente de “romanticismo del siglo”. Recomendación: Requiere de una segunda lectura; no por su complejidad, sino para ahondar en la infinidad de detalles que solo el final puede develar.