Cinco comunistas, entre ellos una mujer, son deportados a las Islas Marías, como lo fue el propio Revueltas. Junto a ellos, los demás inasimilables de la sociedad, personajes perpetuos de la obra revueltiana: prostitutas, homosexuales, rateros. Los lisiados que fungen como esbirros completan el cuadro anómalo en que Revueltas pone en escena por primera vez sus dos compromisos: el político y el literario. Una galería infernal desfila sin pausa ni tregua ante nuestros ojos: a la opresión sin límites se opone una fe ilimitada, la de los protagonistas, y la del militante José Revueltas, quien así fundaba una literatura imprescindible en México.