“Este libro habla de mi vida y de la vida de mis amigos, cuando éramos chicos y vivíamos en Castelar, en los años que siguieron al Mundial de Fútbol de 1978. Sin embargo, este libro no dice la verdad. Y no dice la verdad por varios motivos. Primero, no creo que uno pueda encontrar la verdad, si es que existe, en las páginas de un libro común y corriente como este. Un libro que habla, apenas, de algo tan doméstico e intrascendente como una vida suburbana. Segundo, nuestros recuerdos siempre son un invento, una ficción, un relato que nos hacemos a nosotros mismos. Nuestros recuerdos son un cuento que nos contamos. Y en los cuentos la realidad tiene, sí o sí, que abandonar sus certezas y sus exactitudes. Tercero, a los escritores nos gusta contar historias, y aunque nos propongamos mantener los pies sujetos a la tierra y las palabras atadas a los hechos, tarde o temprano sucumbimos al deseo de que lo que contamos tenga cierta belleza. Y la belleza exige atajos, trampas, exageraciones u ocultamientos. Cuarto, yo no sé si este libro, en una de esas, puede terminar cayendo en las manos de quienes protagonizaron, junto a mí, estas historias. Y si sucede semejante cosa, puede ser que los chicos y chicas que se criaron conmigo no quieran que esas historias salgan a la luz. Y están en todo su derecho. Aunque yo haya crecido —mis enemigos dirán que, en realidad, he envejecido—, conservo la fe en ciertos principios inquebrantables. De manera que jamás me convertiría, por simple placer, en un delator, en un buchón, en un cobarde que manda al frente a sus amigos.” (Del prologo de “Los dueños del mundo”) Entre con desconfianza a este libro, por alguna razón de carácter comercial esta dentro de la colección juvenil de Alfaguara, con lo cual supuse que era una suerte de cuentos para niños, pero lo cierto es que son las historias de Sacheri en su adolescencia. El libro me gusto mucho, si bien yo no me crié en el conurbano bonaerense y soy un poco menor que Sacheri, pude volver por un momento al territorio de la infancia. MUY LINDO LIBRO.
En mi niñez existían, en los barrios, dos tipos de canchas de fútbol en las que los pibes podíamos jugar: las canchitas y los campitos
¿Existe alguna utilidad mejor, para nuestros recuerdos, que embellecer las acciones de aquellos a quienes hemos amado?