Suele ser en las tardes de septiembre: declina el sol, cambia el color del cielo, la brisa se hace incómoda de pronto, la claridad que agosto regalaba resbala ya hacia la playa oscura. Se marcharon los rostros sonrientes dejando en sombras las terrazas, gestos de ocio, de placer, de indolencia: lo fugaz y lo incierto del verano, las telas blancas, la luz, la ligereza, los cuerpos transcurriendo en el descuido lento y hermoso de la juventud. A traición, una tarde de septiembre, el tiempo se hace gris y se dan prisa las horas que en agosto eran eternas. La arena ya no siente el pie descalzo. El mar, que fue la vida, ahora es silencio, y este viento de otoño, inesperado, es el saludo breve de la muerte.