Javier Verdaguer, un hombre de mediana edad, fetichista admirador de Jodie Foster y a quien las miserias cotidianas -la grave enfermedad de su hijo, la infidelidad de su mujer- le hacen refugiarse en el cine, verá desdibujarse los límites entre la realidad y la ficción cuando una sucesión de aparentes casualidad lo lleven hasta la Filmoteca Soledad, y se vea inmerso en un misterio que escapa a cualquier explicación racional.Un viejo que se parece a Borges, un joven obsesionado con Charlot cuya dependencia del cine es más peligrosa que su adicción a las drogas, un extraño cine-club donde se programan interminables sesiones de una misma película a gusto de cada espectador, y una secta de cinéfilos cuya mayor aspiración es "atravesar la pantalla" y de esta forma alcanzar otra forma de realidad, son algunos de los elementos de esta intriga cuyo verdadero protagonista no es otro que el cine. El propio protagonista, Javier Verdaguer, se unirá a la secta el día que decida someterse a una interminable sesión continua de la película "El silencio de los corderos".De esta forma, José Carlos Somoza desarrolla algunos de sus argumentos predilectos -el cine, los límites entre la realidad y la ficción, los sucesos aparentemente casuales pero de inquietante transcendencia?- para conformar un relato de intriga, ambientado en las calles del centro de un Madrid desasosegador.
-El cine no es lo que parece, sino que es otro mundo, y la realidad tampoco es la realidad. Eso es lo que ellos creen, a mí no me preguntes. Ah, y Charles Chaplin no existió. No pongas esa cara, ya sé que es una parida mental, pero tú querías saberlo. -¿Y Charlot? -Pues ahí está el tema, que Charlot sí existe. Humphrey Bogart tampoco existió, pero el tío del café de Casablanca sí, y también la tía, pero no Ingrid Bergman. No existieron Orson Welles ni John Wayne, pero sí el ciudadano Kane y el vaquero de Centauros del desierto.