La serpiente es una de esas obras que, en los años cuarenta, contribuyeron a cambiar la configuración de la narrativa europea, a internacionalizar sus logros y a abrir nuevas perspectivas sobre literaturas - como la sueca - mal conocidas y peor difundidas. Su autor, Stig Dagerman, la escribió a los veintidós años, y tras ella vendría una inmediata consagración, un reconocimiento universal sorprendentemente truncado por el suicidio. Esta reflexión sobre el ciudadano y su relación con un Estado que le garantiza todo es, en manos de este anarquista peculiar, una verdadera bomba de relojeria