Jamás un libro había sido, hasta este punto, el espacio mismo de su propia Ley. ¡Soberana gravedad de la sentencia de muerte! La implacable sentencia, el infalible decreto se abate, como un cuchilla, sobre cada una de sus páginas y, una vez al menos, de la manera más evidente, no para separar en dos partes casi iguales el relato, sino por el contrario, para marcar con el corte el tránsito de una a otra, de la vida a la muerte, a fin de confundirlas a continuación.