Reconocedme, soy el mismo: chiquitín, travieso, enamorado, con tendencia a exagerar estas cualidades o defectos, si es que lo son. (...) Ansío penetrar con vosotros en la selva histórica que nos ofrecen los adalides republicanos en once meses del año 1873, año de sarampión agudísimo del que salimos por la intensa vitalidad de esta vejancona robusta que llamamos España. De esta manera se inicia La Primera República, imprescindible episodio nacional, en el que con hábil y hermosa prosa, Galdós nos sumerge en los acontecimientos e intrigas de una convulsa y apasionante época de nuestra historia.
Nuestro protagonista sufre un viaje y otras vicisitudes en una suerte de mezcla entre lo real y lo onírico. Pero lo que si es real es como se desmonta todo el tinglado federalista gracias al empuje de las aspiraciones y ambiciones cantonalistas de cada rincón de España. No sólo se quiere pretender no depender del centralismo absolutista sino que tan siquiera se quiere interferencia del vecino pueblo de al lado. Así nos ha ido siempre en este sufrido país.
El protagonista de toda esta inacabada quinta serie es Tito Liviano. Personaje muy interesante por su capacidad de cambiar de forma y tamaño y por sus relaciones con la musa de la Historia (Clío). En el Episodio se llama Mari Clío. Las Cortes votaron el cambio de régimen de monarquía a republica. Duro tres años. Contra ella lucharon los oscurantistas, pero también los muy liberales que no tuvieron paciencia para ir haciendo reformas poco a poco y se echaron al monte con los movimientos cantonales y con el federalismo. Las derechas, digo, los oscurantistas sí que sabían a lo que jugaban. Con la Iglesia al frente, pero de tapadillo, empezaron a socavar el nuevo régimen democrático.