En "La piedra alada", José Watanabe (Perú, 1946) celebra a la piedra como sujeto de diálogo y de intercambio. las piedras dejan de ser ajenas y cerradas para entregarle al poeta metáforas sobrias, y éste guarda su memoria en ellas, en su interior sensible, o escucha lo que sueñan ser: madre, cráneo, ave. "Las aguas termales afloran entr bocanadas de vapor blanco y denso. Cuando se disipa deja ver las piedras que rodean la fuente, caprichosas formas erosionadas por el agua hirviente que sólo se muestran un instante, y luego como un grupo de seres extraños vuelven a su territorio brumoso".
Siempre he atesorado la poesía que logro entender y la que a pesar de no entender me deja con una calidez en el alma. Esta poesía de Watanabe pertenece al primer grupo. Los protagonistas de al menos la primera parte del poemario son las piedras. Piedras como seres inmóviles pero no insensibles, sujetos que llevan recuerdos y también sensaciones, amores y rencores de un tiempo pasado distinto y precario. Piedras como sujetos de violencia involuntaria y como armas descarnadas y brutales. Yo no sé si la poesía debe ser siempre aquella que habla de grandes cosas, pero creo que hablar de cosas cotidianas que te dejen en el corazón una conciencia viva de remordimiento por pasar por encima de la materia insignificante a nuestros ojos, y permitir que pasen desapercibidas, sentir que vale la pena voltear a mirar lo nimio, eso es para mí grandioso. Eso hace Watanabe con las piedras.