En esta entrega de la serie, Salvo Montalbano se encuentra postrado en cama, convaleciente de las heridas recibidas en su último caso. El comisario se siente confuso, el peso de los años lo abruma y una melancolía desgarradora lo lleva a cuestionarse el sentido último de la justicia y la 'ley', a la cual él ha dedicado toda su carrera.En tal estado se encuentra Montalbano cuando se le informa del secuestro de la joven Susanna Mistretta, y si bien las pesquisas son asunto del comisario Minutólo, algo le hace saltar de la cama. Quizá sea la necesidad de probarse a sí mismo que aún conserva toda su capacidad de reacción, o tal vez las insólitas circunstancias del secuestro, dado que la familia de la joven había perdido toda su fortuna años atrás de forma repentina y misteriosa. Al final, ambos motivos resultan cruciales, pues ese nuevo distanciamiento, ese escepticismo, es lo que llevará al comisario a considerar aspectos de la investigación que cualquier otro pasaría por alto. En ese contexto tan nuevo como difícil de asimilar, la resolución del caso pondrá a prueba sus verdaderos valores, sus miedos y sus creencias.
Tras cada una de sus novelas te aguardan finales tan inesperados como sorprendentes. Era uno de los grandes este Camilleri, de esos que sin rimbombancias ni estridencias literarias logran siempre el objetivo de llenarte de satisfacción después de cada lectura. Como el que no quiere la cosa, casi sin pretenderlo te hace gozar de cada página, como Montalbano disfruta de las cualidades culinarias que los autores de sus platos le hacen disfrutar con fruición. Insisto, me gusta como está perfilado el personaje del comisario, sus peculiaridades, sus “caídas” rayanas a la antipatía más absoluta. En esta obra, como ya viene siendo habitual, desenmascara una trama urdida y entramada con cierta genialidad, que él deshilvana desde un plano secundario, sin protagonismos destacables, casi rozando la ilegalidad y la marginalidad de la voluntad de sus superiores, como si las cosas les vienen dadas y él nunca es el epicentro de la investigación. Realmente me lo paso genial leyendo las aventuras del comisario Montalbano.
Livia se equivocaba, él no era un dios, de ninguna manera. Era sólo un hombre que tenía un criterio personal sobre lo que estaba bien y estaba mal. Y por eso se preguntaba si era mejor obrar de acuerdo con la justicia, la escrita en los libros, o con la propia conciencia.
Si lo piensas bien, los detalles que nos parecen esenciales pierden más el perfil y se desenfocan cuanto más los examinamos.