La mirada es una historia maravillosa, llena de enormes alegrías que vienen acompañadas de dramas del mismo calibre, lo que crea en el lector una adicción incontrolable, y esto es verdaderamente peculiar porque cuando ha ocurrido, casi siempre ha sido porque la historia tenía un ritmo rápido que casi no dejaba pensar al lector, lo cual está muy bien para novelas que solo te entretienen. Sin embargo esto no sucede en La mirada, ya que te deja reflexionar junto con los personajes a lo largo de su viaje, a ritmo adecuado, sin prisas pero sin pausas, dejando que puedas digerir todos los detalles que suceden en el gran viaje que es la vida. El protagonista es Saïd, un joven que tras la muerte de su madre parte en un viaje sin saber muy bien dónde acabará. Saïd es un adolescente bereber que se ve forzado a madurar por las circunstancias, como muchos otros, pero que gracias a su nobleza es capaz de rodearse de los mejores amigos que la vida y en este caso también Allah, podría ofrecerle. Aunque no todo es un camino de rosas. Su acompañante más fiel es Ahmed, otro chico fantástico unos años mayor que Saïd y que con el tiempo se convierte en el hermano que nunca tuvo. Su férrea amistad une sus caminos y se crea una increíble simbiosis, como lo fue aquella de Don Quijote y Sancho. De manera paralela, también se ven obligados a luchar contra grandes molinos de viento que, por desgracia, en La mirada sí son monstruos reales de carne y hueso.