En la Luz no usada, María Sanz hace un bellísimo canto a Sevilla a través de sus rincones más íntimos. Desde la paz de sus conventos a las semblanzas de su historia, mientras se recrea en sus recónditos espacios soñando amaneceres de oro, y granas puesta de sol junto al Guadalquivir, viendo los reflejos de su corazón cautivos de la belleza de la ciudad.