Había una vez una liebre que presumía a todas horas: ¿Cuál es la criatura más veloz que hay en el mundo? ¡Yo! ¿Cuál es la criatura que puede ganarle una carrera a cualquier otra en el mundo? ¡Yo!. El resto de los animales, hartos de tanta soberbia, se iban corriendo en cuanto la liebre empezaba