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Sinopsis de LA CIUDAD AUSENTE

Júnior heredó de sus antepasados el gusto por los viajes. Acaso para que pueda viajar, la ciudad desaparece. Un Buenos Aires incierto comienza a ser testigo de citas extrañas, conspiraciones, relatos clandestinos. Una historia de amor puede engendrar una máquina, una máquina en funcionamiento puede contar una historia de amor. La trama de desenlaces vertiginosos insinúa variaciones sobre un mismo tema: la ciudad como novela. El lugar donde todo ocurre y deja su trazo: el gaucho invisible y los mapas del infierno, la suicida del hotel y la niña monstruo, los nudos blancos y la isla del lenguaje. La novela de Ricardo Piglia, sin embargo, es una novela política: los personajes se relevan, los acontecimientos adquieren una velocidad desconcertante y Júnior, adentrándose en el núcleo de la intriga, accede a una galería inaudita de voces simultáneamente traidoras y fieles a la literatura argentina. Novela de amor, novela política, La ciudad ausente es además un punto de partida y un logro estilístico. En un registro veloz, sensible a los matices y a los ritmos del habla, el gran escritor argentino Ricardo Piglia, ya también una referencia ineludible para los lectores españoles, nos brinda una de las apuestas más audaces de la narrativa contemporánea. «Ricardo Piglia retrata un Buenos Aires trágicamente transformado y desfigurado, haciéndose eco de las obras de sus predecesores (que incluyen a Borges, Roberto Arlt y el olvidado Macedonio Fernández) y con referencias reveladoras a la brillante obra de su antecedente más directo: Ulises de James Joyce. Piglia pudiera ser el mejor escritor latinoamericano tras el apogeo de García Márquez. La ciudad ausente es, en cualquier caso, una obra de arte» (Kirkus Review).

2 reseñas sobre el libro LA CIUDAD AUSENTE

Esta novela breve es mágica. Un periodista llamado Junior sigue el rastro de una historia, después se va dando cuenta que los personajes que en ella están involucrados, son los mismos con los que se está relacionando. Una máquina autómata capaz de crear historias y seres increíbles.


En La Ciudad Ausente, Junior, joven periodista que trabaja para el diario El Mundo, se mueve por una Buenos Aires subliminal, difuminada, en busca de la Máquina Narrativa inventada por Macedonio Fernández, artefacto que fue creado para darle la eternidad a una mujer, pero que, de pronto, comienza a producir relatos autónomos capaces de interferir la realidad oficial, es decir que chocan con la noción del sentido y la verdad que sostiene el estado. Piglia escribe otra versión de su novela como investigación, una vuelta de tuerca a su ficción paranoica, que le permite contar de manera elíptica, relatos que son fiel aplicación de su teoría del complot, esa relación existente entre el complot como conjura ilegal, clandestina o amenaza y la narración: se construye una ficción al mismo tiempo que se revelan en las acciones de los personajes, en la trama de la novela y en los textos que la componen, las terribles operaciones de la dictadura militar que regía a la sociedad argentina en la década de los años setenta: el Estado no es otra cosa que un mecanismo atroz para generar creencia, sometimiento y coerción; su propaganda hace ver una realidad que no existe mientras sus fuerzas armadas y de inteligencia reprimen a todo aquél que se pronuncie o actué contra su verdad conjetural, no importa si se trata de ciudadanos de carne y hueso o de autómatas fabricados por escritores locos, obsesionados con las posibilidades del lenguaje y del amor para inmortalizar la conciencia de una mujer. Junior lee los textos que produce la máquina y encuentra con sus pesquisas por la ciudad ausente aquella historia de amor entre Macedonio Fernández y Elena Obieta, descubre que es su muerte lo que lleva al escritor, con la ayuda del Ingeniero Russo, experto en autómatas, a construir la Máquina Narrativa, que suple en principio el horrible vacío de la mujer fallecida, pero cobra inteligencia propia con el pasar de los años, con los relatos que recibe y transforma. Macedonio el hacedor de la conciencia inmortal de Elena no sobrevive a su creación, ella se queda añorando su presencia, su conversación, funcionando tal vez para siempre; su suerte al final no la sella la tragedia de la muerte sino el complot de un gobierno militar: Los seres de carne y hueso terminan en cárceles, manicomios, campos de concentración o fosas comunes; los artificios narrativos que infiltran la realidad estatal acaban contando historias sin fin, bajo la oscura soledad de museos clausurados por el bien general; ambos desaparecen de manera forzada, se vaporizan, pero ese acto de vaporización es negado con absoluto cinismo por la propaganda oficial: “aquí no ha pasado nada, la solución para todo es el olvido”. Hay en esta obra conceptual y extraña un homenaje a Macedonio Fernández, a su Museo de la novela de la Eterna; un ejercicio de cruce entre ficción y realidad a la manera de Borges en relatos como Tlön, Uqbar Orbis Tertius; hay textos que experimentan con el lenguaje tal vez siguiendo al Finnegans Wake o al Ulises de Joyce, y si leemos entre líneas, como lo haría un censor o un conspirador, aparecen también las huellas de las distopías alucinadas que supo urdir Roberto Arlt. Este libro, la novela en sí misma, es un mecanismo narrativo imposible de silenciar.


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