Jusepe Martínez fue uno de esos aragoneses privilegiados que viajaron a la espléndida Roma del Barroco, siendo papa Urbano VIII. Es época de religiosidad triunfante, de rutilantes alegorías del poder ornando los techos de los palacios, de canonizaciones en masa. En tan exaltado ambiente perfecciona su pintura y afirma su vocación de teórico del arte. La Iglesia potenció la cultura de la imagen, controlando desde su misma génesis los mecanismos que regían la creación artística. Estas páginas los desvelan analizando una obra romana del artista, el libro ilustrado sobre la vida de San Pedro Nolasco.