Iván de Aldénuri resulta una novela de muy recomendable lectura, absorbente y adictiva, pues si algo podemos asegurar es que quien abre sus páginas queda irremediablemente atrapado por una historia que avanza con un dominio excelente del tiempo. La literatura fantástica está de moda. Y Pérez-Foncea se sitúa en la estela de la clásica literatura popular bien escrita, junto con Ágata Christie, Julio Verne, Alejandro Dumas o George Simenon, quienes todavía no han sido destronados del podium de preferencias de los lectores. Pues bien, Pérez-Foncea demuestra en esta su opera prima un dominio magistral del arte de agarrar al lector y no soltarlo hasta la última página. La alternancia de historias que se desarrollan de modo paralelo, una las correrías de Iván, la otra las vicisitudes de su pueblo, y que finalmente confluyen, permiten terminar cada capítulo con un interés que hace avanzar al lector a través del texto con una avidez sólo satisfecha cuando cerramos definitivamente el libro. Una vez sumergidos en el mundo de Áldenor y del Errion Thal, y tras unos primeros momentos de familiarización, iremos descubriendo que el escenario en que se desarrolla la acción es coherente, cuestión ésta definitiva para armar una novela fantástica de calidad. Y no sólo es congruente, sino que se produce una corriente de complicidad e incluso afecto hacia esos personajes, esos pueblos, que luchan por la supervivencia y el mantenimiento de una paz justa. En este sentido, la apuesta del autor es clara, los buenos son buenos y los malos, malos, lo que no significa que sean estúpidos. No estamos, pues, ante una novela ambigua, sino ante una novela que toma partido y en la que la intriga y la acción ocupan un lugar preeminente y que por ello mismo resulta especialmente adecuada (que no sólo) para un público juvenil. La clara definición de los campos en que se dividen los protagonistas no rebaja un ápice la emoción, al contrario, ayuda a mantener esa tensión que toda buena narración necesita.