Ciertos conocimientos son perfectamente innecesarios. Se puede vivir muy feliz sin saber con qué truculencia surgió la cúpula del rascacielos Chrysler, por qué los Yankees son el equipo supremo en Nueva York, cuál es la relación entre Arabia Saudí y la cerveza de Brooklyn, por qué la grasa de los filetes es más amarillenta que en Europa, en qué bar bebió Dylan Thomas su último whisky o dónde sirven las mejores hamburguesas de Manhattan. Historias de Nueva York habla de esas cosas. También habla de una ciudad rugiente y fabulosa, de una jornada negra de septiembre, de un grupo de personas y de tres amigos inolvidables.
Al fin he viajado a una ciudad en la que nunca he estado. Saramago, en su "El último cuaderno" me indujo a su lectura. Admito que Nueva York nunca produjo en mi la suficiente atracción para llegar a interesarme un libro sobre su cotidiano discurrir, pero su lectura me ha llenado de satisfacción, me ha llenado un poco de esa ciudad conocida por sus estereotipos, sus tópicos, confirmados o desmentidos en el libro, me ha aportado una visión distinta y a la vez esperada de esa gran urbe, de sus calles y avenidas, de sus edificios y rascacielos y sobre todo de sus gentes.