La tercera y última parte de las novelas de D'Artagnan, presenta al hombre de la máscara de hierro. Han pasado diez años desde el momento en que se cerraba Veinte años después, y Dumas nos presenta los días finales del cardenal Mazarino, siendo ya D´Artagnan capitán de mosqueteros. El objetivo del ya no tan joven mosquetero, junto con sus fieles compañeros, es llevar a Carlos II a recuperar el trono que su difunto padre perdió. Sin embargo, sus caminos se han bifurcado: Porthos intenta por todos los medios a su alcance ascender en la escala social francesa; Athos pugna por evitar la incipiente relación de su hijo Raoul con la bella Louise de La Vallière (quien a su vez a quedado prendada del joven rey Luis XIV), y Aramis, cabeza visible de los jesuitas, ha descubierto un asombroso secreto: la existencia de un hermano oculto del joven monarca. Sin embargo, hay cosas que parecen no cambiar pese al paso de los años: la corte de Carlos II no es tan distinta de la de Luis XIV: las aventuras pasionales, los secretos de alcoba, los celos, las envidias, las tramas más pérfidas corretean por los pasillos de palacio a la velocidad del viento. Aun así, los mosqueteros ponen a prueba su valor, su ingenio y su desparpajo en otro tipo de aventuras, y ceden el paso en los escarceos galantes a la generación que representa Raoul. Tampoco el ardor, la pasión y el profundo sentido de la amistad se han visto alterados lo más mínimo por el transcurso de los años.
Fin a las aventuras de D'Artagnan y sus fieles compañeros Athos, Porthos y Aramis, algunos con más protagonismo que otros en esta última historia sobre Bragelonne (hijo de Athos). Dumas aúna perfectamente las envidias, los secretos de palacio, las traiciones, las tramas de la nobleza sumisa a los caprichos del rey Luis XIV. Aún así, el profundo sentido de la amistad de los famosos mosqueteros no se ve alterado por el paso del tiempo.
La buena fe, es un arma de que se sirven con frecuencia los malvados contra los hombres honrados, y con muy buen éxito. Los honrados deberían servirse igualmente de la mala fe contra los bribones.... Entonces serían fuertes sin dejar de ser honrados.
...las calles de París se hallan desiertas y no se encuentra en ellas más que a los artesanos laboriosos que van a ganarse el pan cotidiano o a los ociosos que vuelven a sus casas después de una noche de agitación y de orgía.Para unos principiaba el día, para los otros terminaba
Yo (Aramis) fui el único autor del complot. Tenía necesidad de mi inseparable compañero; os llamé, y vinisteis a mi acordándoos de nuestra antigua divisa: "Todos para uno, uno para todos". Mi crimen, querido Porthos, es haber sido egoísta.