Es una prolongada conversación de Plinio Mendoza y García Márquez. Describe la vida de García Márquez, desde su primera infancia hasta sus encuentros con celebridades. Lo que da ocasión a éste para desgranar con vivacidad sus remembranzas, juicios, opiniones y convicciones- sus contenidos van mucho más allá: en El olor de la guayaba bien pueden encontrarse las claves de un proceso, creador y creativo, de singular riqueza. De la mano de Mendoza, García Márquez desvela el mundo que refleja su obra -hasta transfigurarlo- con la magia de la palabra: la calidez y el color del Caribe, el universo mítico de sus pobladores, la extraña mentalidad de sus extraños prohombres y caudillos. Una obra en la que el compromiso con la emoción y con la razón se dan la mano, para ofrecer la más sugerente aproximación a un ser que de puro complejo puede permitirse el lujo de ser nítido.
"Yo diría que el machismo, tanto en los hombres como en las mujeres, no es más que la usurpación del derecho ajeno. Así de simple"
nunca, en ninguna circunstancia, he olvidado que en la verdad de mi alma no soy nadie más ni seré nadie más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca.
Circunstancias muy especiales habían hecho de él un niño extraviado en un universo de gentes mayores, abrumadas por recuerdos de guerras, penurias y esplendores de otros tiempos.
De día, el mundo mágico de la abuela me resultaba fascinante, vivía dentro de él, era mi mundo propio. Pero en la noche me causaba terror.
Todo esto corresponde a lo que quiso decir William Faulkner cuando declaró que la casa perfecta para un escritor era un burdel, pues en las horas de la mañana hay mucha calma y en cambio en las noches hay fiesta.