Su nombre era Rulfo, pero le llamaba Pelopincho. Era muy rápido corriendo. Por eso lo eligió el capataz. Aunque Pelopincho no quería ir a la selva, ni trabajar en la mina: él sólo quería ganar dinero. Aún no tenía once años y se encargaba de las tareas más peligrosas y duras: colocar los explosivos, cargar la dinamita... Hasta que un día conoció a un indio, y dedició huir, a la selva profunda, oscura, peligrosa, mágica...