El examen (1950) permaneció inédita durante más de treinta años, por voluntad de Cortázar, y fue publicada póstumamente en 1986. Novela iniciática, describe con humor y poesía el deambular de un grupo de amigos por una Buenos Aires fantasmagórica, dominada por la niebla y una rara lluvia. En la Plaza de Mayo la multitud se entrega a un ritual premonitorio de los funerales que, dos años después, se dedicarían a Eva Perón. En las discusiones del grupo de amigos se cruzan la literatura y el arte, la crítica de costumbres y la política, los sueños personales y el sentido de la Historia, anticipando los ejes fundamentales de la obra de madurez de Cortázar.
Reseñar una obra de Cortázar no es una tarea sencilla. Confieso que me desagrada profundamente la tendencia a la polarización que caracteriza al s. XXI, ese “o lo amas o lo odias”, esa ausencia de grises. Todos parecen emplearla y a todo parece abarcar. No es así en lo absoluto: yo odio a pocos autores y amo aún a menos. Sin embargo, Cortázar bien puede representar una excepción. No es un autor para todos. Cortázar inquieta, perturba, desestabiliza, nos desacomoda como ningún otro. En su obra, la coherencia se vuelve secundaria, casi irrelevante. Todo resulta cuestionable, la tierra firme en la que estamos parados se empantana (qué poco le gustaría mi triste metáfora), nuestras certezas se tornan preguntas y entonces hace falta aceptar que no todo tiene respuesta. El examen es la segunda novela del autor, escrita en 1950 y publicada póstumamente. La obra sirve, quizás, para comprender mejor la evolución de Cortázar, personal y literariamente. Las reflexiones y las temáticas tratadas son un adelanto del resto de su obra (que en realidad terminamos leyendo primero). Asistimos a un clima sórdido, horroroso y críptico en la Buenos Aires de los años de Perón: una ciudad dominada por una extraña niebla, una ciudad que parece haber sido "tomada". Allí nos encontramos con un grupo de amigos, que anticipa el Club de la Serpiente de Rayuela: jóvenes intelectuales, ajenos al mundo exterior, conversando entre vasos de cerveza y botellas de vino, sobre arte y literatura, el encontrarse y perderse, el sentido de la historia, la vida y la muerte. Dos parejas y un cronista, que los acompaña, vagan por las calles porteñas en la víspera de un examen que no conseguirán rendir. Pero no es ese el verdadero examen: es el de la vida, el de cada jornada, el de cada contratiempo, el de ser capaz de superar “[…] el aplazamiento hasta el final del único deber que contaba: to thine own self be true.”, como afirma uno de los protagonistas, es decir: el de ser honesto con uno mismo. ¿Me gustó? Sí, a mí Cortázar me encanta ¿La recomiendo? Por supuesto. Ahora bien, ¿comenzaría a abordar la obra de Cortázar por El Examen? Definitivamente no.
Novela que Cortázar fecha en setiembre de 1950 y que en un breve prólogo da sus razones para no haberla publicado en pleno peronismo, al cual hace veladas referencias, creando una Argentina sórdida y apocalíptica e invadida por una extraña, cálida y pestilente niebla. Además, de un subte tomado por perros rabiosos y hambrientos que comparten esa hambre con feroces ratas. Cinco personajes son el centro de la novela: las parejas Clara-Juan, Stella-Andrés y el cronista. La primera pareja deberá rendir un quimérico examen de literatura en una universidad, cosa que nunca logran. El primer capítulo, de casi cien páginas, es magistral y pavoroso, los diálogos están muy bien construidos y no sueltan al lector. Luego, la novela decae, derrapa, la acción mejora en breves momentos, como en la muerte de un personaje secundario y medio freak: Abel o Abelito. Obviamente, todas las novelas previas a Rayuela son solo ensayos de lo que vendrá.