“Cuando loas aguas del sagrado Nilo todavía eran infecundas, en las tierras que recorrían, reinaba el Caos. Así fue hasta que del árido desierto brotó una flor de piedra: era la ESFINGE. Y la Esfinge gestó la semilla nacida-de-sí-misma. Y advino el PRINCIPIO.” En EL DIOS DEL DESIERTO, se habla de los obscuros orígenes de Egipto, el viejo pueblo del que todo se conoce y todo se ignora. Durante milenios se erigió en portador de la antorcha del Arte y de la Ciencia. Su pasado se lo tragó la arena; durante siglos se redujo a ser quimérica leyenda. Luego, de la arena resurgieron sus huellas; ellas, cristalizadas en ruinas, pese a todo vivientes, conducen de maravilla en maravilla a las humanidades nuevas. ¿En verdad se nos revelará algún día el enigma de Egipto? ¿Veremos alguna vez a Isis sin velo? Ángela Edo, nuestra siempre sorprendente autora, nos ofrece algunas pistas. Analicémoslas en profundidad. Acaso ellas abran el arcano.