EL DESTINO DE LA CORONA

Lo bueno de Sandra Worth es que la palabra sorpresa no va con ella. Así que, hechas las presentaciones en la primera entrega, en esta segunda repite esquema aunque sin batallas. Que Ricardo III es el ojito derecho de la autora ya lo descubrimos en "El ocaso de los Lancaster" No solo él, pues queda patente también su inclinación por los York. Pero pedir parcialidad a novelistas es como encontrar aparcamiento gratuito en el centro. Una utopía. A pesar de tener las espadas envainadas el libro mantiene buen ritmo gracias, fundamentalmente, a que las lenguas se siguen afiladas. La palabra como arma usada en el deporte nacional de la edad media. La intriga. Con la crueldad por bandera, sea la rosa del color que sea (aunque para Worth, insisto, los York son los buenos) y para añadir más leña al fuego va y ocurre lo de siempre. Y ya se sabe que a rey muerto, ganancia de nobles. El amor sigue latiendo, pero ha madurado y esta madurez deja atrás los suspiros para dar rienda suelta a la fantasía de los problemas conyugales. Ukeleles y trovas dan paso a gritos y reproches para alivio del lector. El resto, sin novedad. Poca profundidad que se solventa con datos precisos y una narración directa que aunque engancha, siempre te deja la impresión de que a la sopa le faltan fideos. La brevedad es un arma de doble filo si no se manejan bien las expectativas, pues a la novela, es cierto, podríamos echarle en cara la ausencia de muchas cosas. Quizás, hasta demasiadas. Pero como la intención no es la de hacer un estudio pormenorizado de la época sino un fresco de la misma, da resultado. Amén de que el precio, acompaña. En resumen, una obra de lectura rápida, muy inglesa, aunque la autora es norteamericana que se mantiene fiel a los hechos y no tanto, al perfil de los personajes. Y es que en la edad media mucho me temo que buenos, no habían muchos. Habrá que terminar la trilogía, no queda otra. ¡Qué manera de padecer!