EL ANGULO DEL HORROR

"Pero su discurso, versara sobre lo que versara –y no me parece casualidad–, se hallaba indefectiblemente plagado de palabras binomio, dicotomía, dualidad, reflejo, bisección… e incluso fotocopia". El ángulo del horror, de Cristina Fernández Cubas. Y volvemos con las casualidades, esas que siempre nos rodean y nos llevan al epicentro de la situación. Aquellas que nos sacan del ensimismamiento o de la vertiginosidad de la vida, las que nos hacen clic y nos traen de vuelta a la realidad. Muchas de las personas que me conocéis como lectora, sabéis que no me gusta leer las sinopsis antes de empezar un libro. Cuando me «voy de caza» las devoro con una lectura muy muy muy rápida –para que no se queden mucho tiempo conmigo– y, aquellas sinopsis que me impactan, las almaceno en un pequeño rincón de mi mente –cada vez más grande porque ahí también van a parar vuestras recomendaciones–. El «día de caza» no escojo ninguna de ellas sino aquellas previamente atesoradas. Se puede decir entonces que voy casi a ciegas. Pero volvamos a la casualidad. El mismo día que empecé este libro, recuerdo comentar con uno de vosotros en relación a mi negativa de leer libros de relatos. Yo argumentaba, en términos generales, que en ellos me falta trama, profundidad en los personajes, desarrollo en la ambientación,… Mi interlocutor me recordó la calidad de muchos y entonces enumeró una serie de grandes autores de relatos y que tanto he disfrutado como Edgar Alan Poe, Alice Munro, Antón Chejov, Nikolái Gogol o mi estimado Jon Bilbao, para no ir más lejos. Es cierto, él tenía razón: muchos autores de relatos son buenos. ¿Por qué no un libro de relatos para seguir rompiendo mi zona de confort? Y aquí es donde viene la casualidad. El libro que yo ya había escogido el día antes, y que tanto me estaba gustando, era de Cristina Fernández Cubas –autora de la que no había leído nunca nada– y, para mi sorpresa, me ofreció un volumen de cuatro relatos magníficos que han hecho que El ángulo del horror haya cambiado mi punto de vista. Una conquista obsesionada con la dualidad, un nieto que se cree único heredero de las posesiones de su difunto abuelo, el cambio de perspectiva que te da el paso a la adultez o los distintos modos de sentirse extranjero en otro país. "Cuando salí la mujer en jarras seguía recordando un ánfora –¿griega? ¿fenicia? ¿romana?–, pero ya no un ánfora indestructible, sino lo que quedaba de aquella pieza siglos después, tras haber sufrido pillaje, manipulaciones y atropellos". Así me quedé cuando cerré el libro, sorprendidamente atropellada y ya desnuda de etiquetas y prejuicios. Los límites muchas veces están para traspasarlos.

No es el mejor libro de Fernández Cubas, pero igualmente se disfruta mucho, sobre todo los dos primeros cuentos que logran atraparte y al terminarlos te dejan una buena sensación. Si te gustan los cuentos bien contados, con una trama sólida y una escritura amena que hace fácil la lectura, esta escritora es para vos.