Tres generaciones de mujeres marcadas por la I Guerra Mundial y la inminencia del nazismo componen la polifonía de esta novela de Danielle Steel. 1915: la estancia en Suiza de los Wittgenstien, una acaudalada familia de judíos alemanes, resultará trascendental en sus destinos, pues allí una de las hijas, Beata, se enamora de un apuesto oficial, francés y católico, y decide casarse con él, contraviniendo los deseos paternos. El elemento intergeneracional está muy bien llevado y sirve de hilo conductor para relatar esta bella historia. La novela incluye buenas descripciones del panorama de la época con vividas descripciones de los aspectos más terribles. Prosa amena que logra, una vez más, atrapar al lector hasta el final de la novela.
Beata y Antoine, una alemana y un francés en la Primera Guerra Mundial. El amor que surgió entre estos dos no me lo creí ni por un segundo; en la segunda conversación que tuvieron ya se estaban diciendo lo mucho que se amaban. Fue triste leer el repudio que le hicieron sus familias. En especial a Beata, que la consideraron muerta una vez que salió de su casa para no volver. Los años transcurren muy rápido y pronto estamos en la Segunda Guerra Mundial, donde es Amadea la verdadera protagonista. Algo que me llegó a molestar es que cada hombre que conocía a Amadea solo pensaba en lo hermosa que era; un desperdicio que una mujer tan bella sea una monja. Está bien que describan la belleza física de un personaje, pero si lo hacen tan seguido se vuelve una molestia. Amadea decía que ella ayudaba rezando mucho en el convento, pero, a mi parecer, ayudó mucho más uniéndose a la Resistencia y auxiliando a algunos enfermos. Me hubiera gustado que nos contaran qué pasó con Beata y Daphne, pero supongo que ese silencio fue más realista. Muchos fueron deportados y jamás se volvió a saber de ellos.