Los «doce grados de la humildad» de San Benito no se basan en una teología del mérito. Benito no nos instruye en el sutil arte de «ganar» o «merecer» a Dios, sino en reconocer que Dios está presente en todos nosotros, aceptar que alguien nos conduzca al autoconocimiento y nos abra amorosamente a todos en la vida. Una vez que hayamos aceptado a Dios, a nosotros mismos, nuestro entorno y a las personas que nos rodean tal como son, llegaremos a la paz y la libertad interior, signo de una vida vivida como es debido. Llegaremos a la humildad, a la aceptación de nuestro lugar en el mundo.