En "Dejemos hablar al viento", Nicolás Dávila nos habla desde su soledad. Desde el primer poema busca a otro que lo acompañe: "A ese / que comparte esta soledad / que no se aleja", y sienta como propia la melancolía que medra en una casa rodeada por árboles, donde ladran los perros. Aislado, el poeta, tiene la tranquilidad para dolerse por lo perdido: "He descubierto / en cada trozo de aire / el sabor de la incertidumbre, / el olor de la guayaba, / el recuerdo que no vuelve". Su lamento se extiende al mundo: "Duele el mundo esta noche / de luna a media hasta / contra el azul oscuro, / de pocas estrellas...". A pesar de ello, todo sigue igual, la vida se muestra imperturbable al paso del tiempo: "Por la rendija del jardín / pasa otro solo / que se hunde / detrás de los edificios / al final de la calle". Esa realidad lo enfrenta con la muerte: "...me acecha en cada esquina / en cada hoja / en cada viento / en cada susurro". Ella es insistente, juega con él: "La miro de reojo / en los sueños / y ella se ríe, / se divierte conmigo / porque sabe que le temo, / porque sabe que no puedo / asumir el día si pienso / que me espera en cualquier parte". En medio de esa reflexión de soledad, vida y muerte , el poeta encuentra sosiego en el acto de escribir, esa acción de transmitir al papel sus miedos, pensamientos y dudas a través de la lengua: "Solo estas palabras / me devuelven el sueño" mientras el viento habla.
Nicolás Dávila, ya tiene un hijo, ya sembró un árbol y ahora, con Dejemos hablar al viento, cumple con lo de escribir un libro. Un poemario escrito por un hombre que tranquilamente puede ser tu vecino, tu compañero de trabajo o tú mismo, pero no te dejes engañar, el autor tiene madera para esto, "alma de poeta" le dicen. No te sorprendas si ha mitad de un poema te encuentras con un verso que te desgarra el alma. Leer este libro fue una grata coincidencia, espero en un futuro volver a encontrarme con este autor.