Agota Kristof reunió en Da igual veinticinco cuentos que había escrito desde que se exilió de su Hungría natal y se refugió en Suiza, donde tuvo que aprender a hablar, leer y escribir en una lengua que no era la suya, como explica en su relato autobiográfico La analfabeta (publicado en 2004, apenas un año antes que estos cuentos). Así, estos son sus primeros textos escritos en francés, que mantuvo en reposo durante décadas, todavía insegura de su vocabulario y de su estilo, pero acuciada por la imperiosa necesidad de escribir. Son cuentos muy breves bañados en una atmósfera extraña y perturbadora, como pesadillas reveladoras, que corroboran la visión del mundo de Kristof como un lugar inseguro, hostil, en el que la desgracia puede manifestarse en cualquier momento.
De Kristof admiro su voluntad para contar historias a toda costa, que tuviera la capacidad de escribir en un idioma que ni siquiera hablaba es una muestra tremenda de su tenacidad. Pero además es algo que importa más allá de la anécdota, porque eso explica su manejo del lenguaje: siempre parco, sencillo y directo, con la contundencia de una pedrada cuando se propone que sus palabras te peguen.En estos veinticinco cuentos cortos, que tienen entre una y cinco páginas, Kristof escribe con lo mínimo y con eso le basta para generar atmósferas enrarecidas, a veces como las de un mal sueño, otras veces con el desasosiego de una vida monótona que nunca va a mejorar. Ni siquiera sus momentos de ternura dan esperanza: ella sabe que el mundo es un lugar solitario y gris.
Después de haber leído “Claus y Lucas” y “La analfabeta”, quería conocer más a esta autora de la que no se hablaba nada sino hasta hace muy poco. En "Da igual" y con la brevedad a la que nos tiene acostumbrados, Kristof metió 25 cuentos en 73 páginas. 25 cuentos que, además de despiadados, son desconcertantes. Si en las obras que leí antes me encontré con un lenguaje descarnado, que iba al grano, que decía lo que quería decir casi sin connotaciones o metáforas, en estos cuentos me encontré con algo totalmente diferente. Me exigieron ser una lectora activa, siempre en búsqueda del significado oculto, siempre leyendo entre líneas. Algunos cuentos son graciosos y macabros; otros, presentan un surrealismo propio de los procesos oníricos; también hay cuentos que, como en la trilogía de la autora, muestran lo peor del ser humano, sus pasiones más desbordadas y desordenadas. En las páginas de este libro desfilan muchos personajes que, a su vez, parecen siempre los mismos: mujeres sufridas que aceptan la humillación y opresión hasta que estallan; maridos y padres desatentos o envueltos en la vorágine del trabajo que tienen un final patético; seres humanos disfuncionales que sienten amor por casas, calles o por sí mismos. El espacio tiene un lugar fundamental en estos cuentos. Las calles y las casas adquieren personalidad, se transforman en personajes que pueden cambiar el rumbo de la trama o influir en las decisiones de los protagonistas. Kristof deja que sus personajes se describan a sí mismos y, si no logramos comprenderlos cabalmente, “da igual”; pero sí dedica más tinta a la descripción de los espacios, y eso no puede ser casualidad, sino su forma de poner orden en el caos. 💕 Mis favoritos: “El hacha”, “El escritor”, “El buzón”, “Los números equivocados”, “La invitación” y “El producto”.