Mary Shelley, autora de
¿quién es capaz de numerar los años de media eternidad? A menudo trato de imaginar por qué regla puede dividirse el infinito.
El cadáver leproso en quien puso sus manos este espíritu tierno se evapora en flores de dulcísima fragancia; igual que encarnación de las estrellas, cuando los esplendores se cambian en aroma, iluminan la muerte y hacen burla del alegre gusano que abajo se despierta...
Mi juventud era una enfermedad, decía, y que debía estar preparado constantemente, si no para una muerte súbita y terrible, al menos sí para despertar una mañana con el pelo cano y encorvado con todas las marcas de los años avanzados
Entonces, ¿soy un inmortal? Es una pregunta que me he formulado día y noche durante trescientos tres años, y aún no soy capaz de contestarla.
Había sido mía en la juventud, y era mía en la vejez, y por fin, cuando la cubrí con la mortaja, lloré al sentir que había perdido todo lo que de verdad me unía a la humanidad…