Clea es el cuarto volumen de la tetralogía de Lawrence Durrell, El cuarteto de Alejandría, cuyas tres primeras partes son Justine, Balthazar y Mountolive. Clea proporciona al cuarteto una dimensión temporal. Mnemjian, el barbero, llega a la isla, portador de un mensaje de Nessim. Darley regresa a Alejandría. La ciudad está en plena guerra. Pero Clea, casi desconocida, lo aguarda. Así se cierra el cuarteto; con una historia de amor paralela, en cierto modo, a la historia de la creación artística. Concluye, como una sinfonía, para anunciar el múltiple y eterno despertar del universo heráldico, en el que también el lector participa: pues, como afirma Pursewarden, "el lector es el poeta, todos somos poetas: la estatua debe desprenderse del torpe bloque de mármol que la aloja y empezar a vivir".
Tal vez, del Cuarteto de Alejandría, esta de Clea haya sido la que más me ha satisfecho. A pesar del ambiente bélico que la envuelve sutilmente, casi rozándolo, siempre se atisba un horizonte esperanzador, como si se vislumbrara un final no excesivamente desgarrador, desesperanzado. En general, de las cuatros obras, me quedo con el lenguaje literario que se desliza con suavidad y delicadeza por sus páginas, como sobre una pista de hielo oleoso, aromático, apenas perceptible pero a la vez hermoso. No se describe pero si se intuye. En general una lectura muy recomendable.