Alguien creyó encontrar remedio a todos los males y ha recluido en colonias periféricas a los enfermos del lenguaje. Entre la variedad de convalecientes se impone un Geómetra cuya amada («fastuoso palacio de grasas geométricas, esponja descomunal elefante blanco atacado con un lápiz») gravita sobre el lector hasta fascinarlo.