Desde la publicación de mi primer libro, El fin de la fe, me han escrito miles de personas para decirme que hago mal no creyendo en Dios. Los comunicados más hostiles provienen de cristianos. Algo irónico, dado que los cristianos suelen creer que ninguna religión imparte las virtudes del amor y el perdón mejor que la suya. La verdad es que muchos de los que afirman haber cambiado gracias al amor de Cristo son profundamente intolerantes a la crítica. Aunque quisiéramos achacar esto a la naturaleza humana, resulta evidente que ese odio recibe un apoyo considerable en la Biblia. ¿Que cómo lo sé? Los más perturbados de mis corresponsales siempre citan capítulo y versículo.
Un documento demoledor que ofrece una alternativa a aquellos que aún creen que el universo y lo contenido en el dependen de una deidad o poder supremo. Haciendo gala de su razonamiento científico, datos estadísticos y el análisis comparativo entre las religiones más influyentes, Harris demuestra que dichas creencias hacen un daño considerable al desarrollo humano. En línea con otros científicos como Richard Dawkins, cuestiona el adoctrinamiento infantil basado en la religión de los padres y el abuso religioso asociado al castigo de Dios, el infierno y otras forma de terror sicológico característico de la religiones.
Una de las ironías monumentales del discurso religioso puede apreciarse en la frecuencia con la que la gente de fe ruega por sí misma por su humildad, mientras condena a los científicos y a otros no creyentes por su arrogancia intelectual.