Un libro único, lleno de potencia; futurista, maquinista, donde alcanzar el éxtasis y el trance religioso a través de un anuncio publicitario, o desentrañar los engranajes y espejismos semióticos de la civilización contemporánea. Más allá de los idealismos tudescos de Novalis o Heinrich Hoffmann, del realismo sucio anglosajón y los realismos mágicos de la órbita hispánica. Idealismo sucio. Materia en estado bruto, prima, basta, aún radioactiva y cancerosa como el plutonio 239. Un libro no para ser leído, sino aullado; como nos gusta en Lupercalia, una fiesta para los lobos...