En Great Wyrley, un pequeño pueblo de la Inglaterra profunda, alguien deja mirlos muertos en los cubos de la leche, conejos desollados y sangrantes en el jardín de la vicaría, mutila y mata caballos y ganado, y escribe anónimos obscenos, impregnados a veces de una religiosidad delirante, en los que anuncia que tras la matanza de animales vendrá el sacrificio de veinte doncellas. Y los periódicos de todo el país descubren muy pronto un tema fascinante, las atrocidades de Great Wyrley.Hay que encontrar un culpable -ya en 1903 el ruido mediático incita a veloces investigaciones y a no menos rápidas condenas-, y George, un oscuro abogado, hijo del párroco del pueblo, es el principal sospechoso. ¿Quizá porque a pesar de la dignidad que otorga el ministerio del padre, él y su familia son los diferentes, los otros, los negros del pueblo? El padre de George es parsi, una minoría hindú muy diferenciada, convertido al anglicanismo y casado con una escocesa. George es condenado, pero la campaña que hacen sus padres y su jefe, el dueño del bufete de abogados en el que trabajaba el joven, proclamando su inocencia y la inconsistencia de las pruebas, llega a oídos de Arthur, quien emprende su propia investigación sobre el caso. Arthur es, en verdad, Sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, el más célebre y elegante detective de todos los tiempos. Y es también el reverso del opaco, oscuro, solitario y solterón George Edalji, ese diferente al que le horroriza toda diferencia y sólo quiere ser absolutamente inglés, un fervoroso creyente en la Razón y en la Ley que le han condenado.
Interesante historia dónde Sir Arthur Conan Doyle encarna a Sherlock Holmes en la búsqueda de demostrar la inocencia de un abogado de origen indio acusado de unos crímenes fuera de lo común. Dos personajes totalmente opuestos que terminan enlazados gracias a la fama del autor y a su detective. Barnes tiene una forma de escribir sublime.