La nueva Roma no puede dejar que prosperen los hombres ambiciosos que puedan desplegar sus colores a los caballeros y mucho menos a los plebeyos. Dejemos que ganen sus laureles militares, pero al servicio del Senado y el pueblo de Roma, no para el alarde de sus propias familias —dijo Octavio—. Tengo una solución para castrar a la nobleza, y no importará que sean viejos o nuevos. Podrán vivir como quieran, pero nunca alcanzarán la fama pública. Les permitiré las barrigas, pero nunca la gloria.